Por Charly Esperanza.*
(Misiones). Todos los días de entre semana en horarios de trabajos comerciales, el centro de la ciudad de Posadas parece una pintura marcada de líneas de hormigas caminando velozmente desde un destino a otro. La mayoría de hormigas obreras cargan lo necesario a sus refugios vestidos de trajes, camisas y uniformes. Por la cercanía con el día de la madre los comercios de atención al cliente trabajan redoblando personal.
Busco con deseo encontrar el regalo indicado para mi abuela, algo con más valor sentimental que material, pero en definitiva sin saber bien qué estoy buscando. Para mi madre ya he conseguido un libro. Entre la multitud de hormigas que caminan cargando paquetes de regalos escucho melodías cautivantes de una guitarra criolla. Comienzo a seguir las pistas sonoras de la música entre el viento para hallarla.
Miro la hora y se que puedo tomarme un descanso en mi búsqueda para disfrutar algo de música callejera. Sobre la calle Bolívar, casi en la esquina con Colón, bordeando la vía peatonal y entre mesitas de bares un veterano guitarrista está tocando Zorba del Griego. Sus arrugados dedos se pasean por toda la guitarra, asomando muy largos entre los puñales de la camisa a cuadros. La gorrita que protege a la cabeza ante la densidad del calor no llega a cubrir por completo los sinuosos cabellos canosos. Y en ese rostro entre gestos de fijada concentración brilla la sonrisa auténtica del artista dirigida hacia las personas que se detienen a escucharlo. Algunos caminantes pasan velozmente con la mirada perdida y rostros de malhumores, otros paran el paso y sacan billetes de los bolsillos para dejarlos en la caja del guitarrero. Esas entregas siempre son correspondidas con un amable“muchas gracias” de la voz entrecortada.
José Santamarina es el nombre del viejo dominador de la guitarra. A su costado ubica un pequeño amplificador que hace volar aún más su talento. Y frente suyo desparramados en el piso varios discos grabados, con su nombre impreso en tapas hechas en fotocopias de blanco y negro, y la caja de cartón abierta donde recibe la colaboración, frutos para el saboreo del “artista que trabaja a la gorra”.
Santamarina tiene 86 años, lleva más de veinte años dedicándose a tocar música en las calles de las ciudades que visita, y demuestra poseer la sabiduría musical de un clásico concertista. Nacido en Buenos Aires estudió guitarra desde muy niño. “A mí me mandaron a estudiar música a un conservatorio a los ocho años. Sigo las órdenes de mi maestro de tocar siempre respetando la obra entera, no cambiarle notas. Tengo a favor que conozco el repertorio de muchos artistas que han escrito para guitarra, y yo las toco tal cual las crearon ellos. Y ahora ya no me queda otro entretenimiento que dedicarme a esto que me gusta mucho”, cuenta. Por lo bajo señala que en la calle no se ven muchos guitarristas que toquen con conocimientos de partituras. Amante de la música creada en siglos pasados, Santamarina grabó de manera independiente en un par de discos su ejecución de antiguas canciones populares como Repique Gitano, Carnavalito, Milonga del Ayer, Cajita de Música, Vals Venezolano, Malagüeña, Pájaro Campana, El Entrerriano, La Trampera, Farruca, y Lágrima. “Me gusta la música moderna porque veo que es el paso que hay que darle a la juventud. Pero no es de mi preferencia la cumbia por ejemplo, son muy divertidas eso sí, pero yo ya soy muy antiguo así que siempre voy más con lo de antes. No me he asociado nunca a una regla de una música sola. De la música me gusta todo en sí. Los técnicos dicen que la música es la combinación de los buenos sonidos, y los sonidos son lindos cuando se unen de forma agradable. Cuando escucho música selecciono artistas como Francisco Tárrega y Fernando Sor de España, Heitor Villa-Lobos de Brasil, o Antonio Lauro de Venezuela”, remarca José.
Se crió en San Antonio de Areco, Buenos Aires, pero se declara ciudadano del pueblo de Centenario, Neuquén, donde pasó la mayor parte de su vida. “A los ocho años cuando comencé a estudiar música, mis tíos que me criaron, fueron muy buenos conmigo, y hasta me compraron mi primera guitarra. Me mandaron a estudiar un año entero, pagándome la pensión y todo. Después en General Roca otros años más. Hice varios seminarios de música en todos lados, y he tratado de rescatar de cada cosa lo más que puedo”, recuerda José sobre sus primeros pasos en la música. En total estudió música durante quince años “Lo que aprendí de joven me sirve mucho ahora de viejo. A mí me pasa que cuando estoy caminando por la calle y escucho alguien tocando un instrumento me cambia todo el día. Me pone muy feliz. Por eso es una función noble la que uno está cumpliendo como músico de la calle, aparte que se gana unos pesitos para comer”. Mientras descansa entre canciones, unos chicos repartidores de panfletos de la misma vereda le acercan bebidas frías para su refrigerio.
En un chacra de Centenario, Santamarina obligado por las necesidades trabajó la tierra por varias décadas, con cosechas de manzanas y verduras. “En una época vendía recorriendo en auto anunciando con parlantes. Una vuelta se me rompió el auto, compré un canasto, se lo puse a un burro y recorría las calles con el burro y el canasto de manzanas y verduras intentando vender”. Hasta intentó trabajar con una fábrica de dulces. Cumpliendo sus 64 años de edad Santamarina se decidió a viajar con su música. “Llegué a esa edad trabajando como un perro en la chacra, casi sin ganar nada. Además, en mi pueblo nunca me daban para hacer un concierto. Son cosas que me ayudaron a tomar la decisión de comenzar a viajar”. Viajando con amigos en un camión, con su guitarra y una valija únicamente como equipaje, volvió a pisar las calles de Buenos Aires. En el camino conoció a un chileno del que se hizo amigo, quien además lo animó a tocar con su guitarra en las calles. “Sabía que no es algo para hacerse rico, pero en la calle se puede vivir”, indica José. En su nueva etapa de vida, se aventuró a lo que había postergado durante mucho tiempo, viajar por diferentes países dando a conocer su habilidad con la música aprendida. “En mi vida la música es como una alfombra mágica, porque yo gracias a la música he recorrido España, Holanda, Francia, México, Estados Unidos, toda la parte central de nuestro continente, luego regresé al país bajando por Ecuador, Perú, y Chile. Es un largo lindo viaje que llevó muchos años”. Su regreso a Centenario, Neuquén, fue con una casilla rodante propia ya impregnado del intangible espíritu libre que moviliza al ser humano a conocer y explorar otras tierras lejanas.
Mientras cuenta su historia se entretiene presentando y tocando alguna canción en la guitarra que nunca suelta de sus manos. Sonrío al darme cuenta que no puede pasar mucho tiempo sin tocar algo de música. “¿Querés escuchar un valsecito?”, pregunta antes de tocar Vals Número 2 de Antonio Lauro. El sonido añejo de los clásicos populares tiene el poder de llegar a las profundidades de los corazones. La inusitada humildad dentro de su magnífico talento hace que Santamarina reconozca que “en ocasiones he probado cantar en presentaciones pero siento que no me favorece mucho. Es poco lo que puedo hacer cantando al lado de la música que me gusta tocar”.
Conservando la plenitud de su admirable voluntad, Santamarina se encuentra ahora de viaje por diferentes provincias argentinas, regresando cada tanto a su casa de Centenario. “Estoy hace más de un mes en Posadas. Llegué porque una familia amiga me invitó a su casa. Ahora me voy para Chajarí, Entre Ríos, me espera una familia conocida, quiero disfrutar unos días por el asunto de las termas medicinales que hay allá. Después quiero ir a tocar en mi ciudad un poco, que toco así en la calle como acá. Y más adelante seguiré hacia otro lugar mientras alcance la energía, porque a veces me canso con los años que casi ni puedo caminar”.
Cautivado por el hechizo de la alfombra mágica con la que vuela junto a su guitarra y su historia de muchas vidas dentro de una sola, me compro un disco de Santamarina para regalar a mi abuela por el día de la madre. Con la ternura brotando por toda su piel José me remarca “La música es un muy buen regalo. Regalarle música a una mujer es igual que un ramo de flores. Tiene un nivel espiritual muy lindo”. Hasta aproximadamente el día 22 de este mes, el brillante veterano músico seguirá cargando su guitarra, amplificador, y discos, parando en la esquina de las calles Bolívar y Colón del centro de la ciudad de Posadas, para brindar su dulce serenata a las hormigas caminantes de la ciudad. Gracias a este encuentro con el guitarrero, mi día se cubre con la sensación de vivir uno de esos momentos que modifican pensamientos fortaleciendo los sueños de eterna libertad.
*Publicado en Misiones Opina (noviembre del 2017).