(Crónica por Charly Esperanza)
La espera se estiraba con el correr de los minutos aumentando la ansiedad en masa cuando caía la noche del sábado 14 de abril en Buenos Aires. Nueve años pasaron para que Radiohead vuelva a la Argentina pero esos minutos previos al show en Tecnópolis parecieron aún más eternos.
De pronto las luces se apagaron completamente entre una marea de felices alaridos, mientras se escucharon los sonidos de Treefingers como introducción.
Con el teclado de Daydreaming comenzó a atrapar el sueño. Un centenar de suaves luces ubicadas en lo más alto del escenario y detrás de los músicos, apuntadas hacia el cielo, comenzaron a abrirse como una hermosa flor. De esa forma Thom Yorke, Jonny Greenwood, Ed O’ Brien, Colin Greenwood y Phil Selway, avisaron que todos los sentidos deberían estar alertas porque sería una noche para absorber toda la energía posible y dejarse volar en el ida y vuelta.
Ful Stop se fundió desde el impacto marcado por el bajo y la batería, con el impulso acelerado de las guitarras que jugaban a través de otro tiempo, estilo que la banda supo imponer como su marca creativa desde el disco Kid A.
Todos los músicos parecen estar sumergidos en diferentes universos al mismo tiempo y desde esa distancia nacen sus composiciones.
Los arreglos electrónicos brillaron mientras el cuerpo de Yorke se balanceaba en un baile histriónico poseído por la percusión en 15 Step.
En las pantallas ubicadas sobre el escenario y a los costados se impusieron el diseño de imágenes digitales por sobre el reflejo de lo que podían captar las cámaras. Por eso, algunas personas decidieron apartarse hacia los lados para poder observar algo de lo que sucedía sobre el escenario.
La puerta oscura del sueño se abrió con la crudeza de Myxomatosis y a nadie le interesó saber por qué llegamos hasta ese lugar. Un breve Hola de Thom al micrófono antecedió a la bella Lucky.
Con sólo cinco canciones iniciales, Radiohead extendió el placer de la libertad carnal de una felicidad compartida por miles de personas desconocidas hasta los arraigados atisbos melancólicos que empujan al ser a buscarse en el refugio de la soledad.
El público argento, esa parte que no puede diferenciar entre un espectáculo de música con una cancha de fútbol, maniobró sus intentos para ganarse toda la atención. Algunos cantos nacidos de la transpirada demagogia se escucharon desde el frente del escenario. Esa extraña necesidad de volverse el centro de la fiesta por sobre los artistas. Pero la concentración de la banda era total para que los sacudones externos no despierten a las almas que se dejaron llevar con Nude.
La voz de Thom, en pleno dominio de todos sus registros, guiaba al sueño estilizado por Jonny Greenwood sacando un penetrante desgarro a su guitarra con un arco de violín en Pyramid Song.
Everything In Its Right Place, Let Down, Bloom, The Numbers y My Iron Lung completaron la primer hora del show entre repasos por toda la discografía de la banda, alejados de la obligación de priorizar los hits radiales, el camino marcó un recorrido por gratas sorpresas, de esas canciones que uno creyó que nunca podría escucharlas en vivo. La lista incluso se diferenció en casi todo a lo que habían tocado días antes en Chile, dentro de su primera presentación de la gira por Sudamérica.
En el medio de The Gloaming el clima se rompió por unos minutos ante el desborde de la gente. Una de las vallas que contenía al público frente al escenario cedió en extremo y Yorke atento a los movimientos del personal de seguridad para evitar alguna secuencia de gravedad cortó en seco la canción con la orden de stop. Luego pidió paciencia mientras el problema se solucionaba y para acompañar la extrañada espera del resto del público que se extendía por todo el predio del complejo decidió continuar la canción a capella. Justamente en ese momento cobró más sentido el estribillo que dice “con tu respiración mientras las paredes se doblan”.
I Might Be Wrong le devolvió ritmo de seco desierto al clima donde los sentidos volvieron a alertarse porque la maquinaria no quería detenerse ni bajar el pulso.
Weird Fishes/Arpeggi, Feral y BodySnatchers le dieron carácter de inmortalidad al momento, de esas inmensas piezas atesoradas que siempre quedarán en el recuerdo. Ese tiempo en que el amor supera a cualquier creación y la piel hierve de emoción.
Seguidamente se dio el primer cierre con un grito de Gracias al micrófono para que los músicos se ausenten del escenario por unos minutos.
La primera tanda de bises se asemejaron a las caricias de una madre que consuela al pequeño hijo luego de un golpe con Desert Island Disk, Climbing Up The Walls, y There There. Fue cuando los sentidos potenciados a su límite trajeron consigo a los recuerdos olvidados.
De pronto las 40 mil personas presentes, o ausentes en su propio mundo, hicieron silencio. Completo silencio mientras Thom, acompañado únicamente por su guitarra, inició suavemente con Exit Music. Completo silencio, admiración absoluta (en lo personal nunca viví un momento similar en un recital). De a poco se fueron sumando los otros instrumentos y los efectos sonoros, y esta vez las pantallas mostraron en recortados mosaicos el trabajo de los músicos en primeros planos para que todos puedan observar el efecto de la seriedad rebotando sobre el escenario.
Y así nomás, otra vez golpe en seco, directo al estómago con la estridencia distorsionada en The National Anthem y por los golpes de las tomas electrónicas de Idioteque.
Otra salida con regreso rápido para la segunda porción de bises se abrió con Present Tense y el vuelo que Radiohead vio antes de tiempo en 2+2=5.
Paranoid Android cerró el recital entre demenciales cambios de texturas sonoras para pasar de la contenida angustia a la demencial ira. El deseo de no despertar. La realidad acechando cerca.
Pero antes apagamos el despertador cuando Thom dijo “Bueno, una canción más. Ustedes están locos”, para ganar cinco minutos más de sueño, tiempo suficiente en el que Radiohead realizó su despedida con Creep. Así, el viaje se trasladó décadas atrás antes del corte final. Aunque esta vez, luego de dos horas y media de show, en el despertar la sangre se oxigenó con latidos que potenciaron los sentidos, sabiendo que el recuerdo se convertirá en piezas de un rompecabezas que cada uno armará cuando y cómo quiera. Es así como Radiohead hace su música. Es así cómo se siente el placer.
Crónica de abril de 2018.