Por Charly Esperanza.*
(Misiones). “Somos fantasmas peleándole al viento” cantan Los Piojos en Cruel, la última canción de su primer disco. Y como fantasmas de las ciudades van procesando su arte en trabajo los malabaristas en los semáforos. Con el aprendizaje incorporado en las mismas calles los atisbos circenses sirven de herramientas para acercarse hasta las ventanillas de los vehículos y aceptar las colaboraciones de dinero. La presencia de los fantasmas es esporádica, siempre en movimiento por el viento que sopla en la vida viajera van dejando sus lugares a otros malabaristas del camino. Para la ciudad ellos están de paso, para ellos las ciudades son los paisajes que pasan y recorren como fragmentos de películas.
Posadas tiene ciertos puntos clásicos donde se pueden observar los trabajos de los malabaristas, acercando la gracia del milenario circo a la calle, por el siempre creciente movimiento vehicular de la ciudad capital de Misiones. Las avenidas Uruguay, Francisco de Haro, y Corrientes, se tiñen de magia colorida entre danzas y juegos malabares con clavas, pelotas, aros, bastones, cintas, monociclos, y fuego, principalmente en los horarios pico de ingreso o salida a los trabajos comerciales. Siempre a contra corriente de las costumbres sociales líneales, la luz roja de los semáforos que detiene a los vehículos es el brillo que da inicio al tiempo que los malabaristas tienen para hacer lo que gustan. Los rostros están por un tiempo en el mismo semáforo, días, semanas, muy pocas veces llegan al par de meses. La vida en movimiento para los malabaristas callejeros es renovar el viaje y el placer de llegar a nuevas ciudades y personas desconocidas. En una tarde de calor, entre tragos de agua y cigarrillos, en la avenida Corrientes Nahuel de 24 años cuenta que recorrió casi toda latinoamérica trabajando en las calles con el aprendido arte circense. “Conozco Bolivia, Perú, Paraguay, Uruguay, Chile, Colombia. Ahora me estoy yendo a conocer Brasil. En Buenos Aires trabajo en teatros y circos. Cuando viajo hago malabares en los semáforos porque en la mayoría de las ciudades no hay circos fijos donde pedir trabajo. Al no haber circos, hay semáforos, y así se trabaja a la voluntad de las personas que quieran colaborar. Es el recurso que se encuentra para seguir viajando y conociendo lugares”.
Nahuel proviene de Florencio Varela, Buenos Aires, y lleva siete años trabajando con juegos malabares. “Con esto me estoy pagando el alojamiento, la comida que consumo y mi ropa. Sirve además para ir pagando los micros. Alcanza para lo esencial. No es que uno aspire a tener mucho dinero. Llevo años y mucha práctica. Uno aprende a administrarse porque sabes que no tenes que gastar más de lo que vas a ganar. Es como cualquier estabilidad. Te hacés de lo que necesitás y después seguís viviendo, como cualquiera cuando sale a trabajar. Por ahí la diferencia es que nosotros vivimos por día, y las personas con trabajos de dependencia esperan un mes para cobrar. Seguís teniendo el mismo nivel de dinero y de vida, solamente que la plata te la ganas de distinta manera”, explica sobre el eterno dilema existencial del sustento monetario.
Los fantasmas de los semáforos portan el aspecto desalineado, con el sudor propio de la labor callejera, poco preocupados por la imagen que proyectan. En la vida circular del viaje las posibilidades de alojamiento varían entre hoteles, pensiones, hostels, casas ofrecidas por amistades, y carpas a la intemperie. Así la flexibilidad del malabarismo se extiende a cada posibilidad y decisión. Pero es la calle la que los recibe en casi todas las horas de sus días. Las plazas, plazoletas, y espacios verdes, son las áreas de descanso entre funciones programadas de acuerdo a sus necesidades y antojos.
Un joven maneja su auto de regreso a casa al mediodía, todavía aturdido por el clima hostil de los ataques histéricos de su jefe, y algo apresurado por el corto tiempo para almorzar antes de volver a marcar horario en el turno tarde de su empleo. Detiene su automóvil en el semáforo y mientras observa los movimientos sincronizados del malabarista recuerda sus sueños de libertades, algo de envidia recorre su piel pero no tiene tiempo para distracciones, las obligaciones presionan entre horarios, pagos de préstamos, resúmenes de tarjetas, alquileres, boletas de servicios de luz y agua, débitos de televisión por cable, y abonos de celulares e internet. Encontrar las formas de sobrevivir mes a mes entre salarios, pagos, depósitos, y deudas, es su única proximidad con el malabarismo. Por su parte, en momentos de flaquezas los fantasmas pueden tentarse con la aparente comodidad material de la vida de los vivos, encandilados por las luces de edificios y restaurantes de lujo, pero en la sabiduría de los golpes conservan energía para seguir rebelándose hacia otra existencia posible donde se prioriza lo sentido por sobre las ofertas de compra. En ese instante el equilibrio ejercitado en los juegos malabares es absorbido para la fortaleza espiritual de la voluntad. Mientras, desde otro vehículo, algún señor intentará disimular su desprecio evitando el contacto visual, sin intentar comprender la liviana soltura de esas vidas a las que tildará de desperdicios o pérdidas de tiempo, juzgando solamente por apariencia para reafirmar sus propias decisiones de vida.
“Un trabajo de oficinista, por ejemplo, es para alguien que está manteniendo su familia, una casa, y sus gastos. Yo tengo mi estudio, terminé el secundario, ahora estoy en la carrera de Turismo, y tengo mi casa en Buenos Aires, pero me gusta más recorrer. Nos damos esa oportunidad porque sabemos que no hace falta tanto dinero para moverse e ir conociendo distintos lugares. Se que es algo que no lo voy a hacer toda mi vida, pero ahora mientras puedo sí. La diferencia que te da la libertad del arte callejero es que si hoy yo digo que no quiero hacer nada, me quedo en el hotel a descansar. Es la diferencia con el que tiene la obligación de ir a un lugar a trabajar. Eso tampoco está mal. Cada uno elige su forma de vida. Todos tenemos distintos recursos. Uno elige la vida y va proyectando su futuro a medida que va encontrando su comodidad y también intentando hacer lo que a uno le gusta. A mí me gusta esto. Yo me siento libre haciendo esto”, opina Nahuel. En los semáforos de avenida Uruguay y Mitre, frente al mástil, Sebastián y Julieta aprovechan las luces rojas para plantarse sonrientes frente a las filas de automóviles y realizar su actuación corporal plena de ejercicio físico, en ejecución de posiciones que mezclan fuerza y elasticidad. La pareja proviene de Mar del Plata, Julieta tiene 30 años y Sebastián 32, llevan dos años realizando malabares corporales y con instrumentos en las calles. Julieta comenta que “trabajar en los semáforos rinde depende de la ciudad y las ganas que uno le ponga. Acá en Posadas hasta ahora va rindiendo muy bien, estamos hace una semana y media. Venimos viajando y recorriendo diferentes lugares. La diferencia con los trabajos formales son de tiempo, el tiempo rinde de otra forma, a veces en un semáforo en una hora puedo llegar a ganar lo que en la oficina ganaba en ocho horas. Renuncié a mi trabajo por eso y porque amo lo que hago ahora en la calle”.
Caminando la avenida Corrientes, Maximiliano lleva sobre sus espaldas la mochila cargada de clavas, pelotitas, silla y la carcaza de una rueda de bicicleta. Se ubica frente a un semáforo y utiliza todo lo que tiene a mano para sus juegos malabares. Maximiliano es entrerriano, lleva cuatro años de sus 21 de vida haciendo malabarismo. “Trabajar en los semáforos ayuda mucho para comer y viajar. La gente colabora mucho. Trabajé también dentro de lo que se puede llamar el sistema. La diferencia con el trabajo libre en la calle es que uno no tiene tiempo para preocupaciones, y la libertad pasa, justamente, por no tener preocupaciones”, señala. Sobre esto, Nahuel completa que “además es una libertad que se enriquece con sacarle una sonrisa a un chico o conocer gente nueva todo el tiempo que se acerca. Estamos en un mundo consumista, y dejando de lado el jipismo y la concepción del materialismo, pasamos por ciudades en las que se necesita dinero entonces uno consume, pero lo importante pasa por no caer en obsesiones. No me obsesiono por tener el mejor coche o el último modelo de celular, por ejemplo. Yo tengo celular solamente para lo básico, porque a veces preciso. Es la diferencia con las personas que necesitan tener siempre un mejor trabajo porque saben que cada vez van a gastar más plata”.
En estos días, algunos malabaristas quedaron dentro de Posadas por el recital de rock realizado por La Renga el mes pasado. Como emblema rockero, Jonatan luce una gastada remera de Patricio Rey y hace su parada diaria en otro semáforo del mástil, respetando el espacio ocupado por Julieta y Sebastián. Jonatan es de Santiago del Estero, tiene 25 años y desde los 21 vive trabajando en el continuo viaje. “Cuando salí del colegio secundario los primeros dos años trabajé en empleos formales. Después renuncié y comencé a vivir viajando. Ahora manejo mis propios horarios y eso es lo que me permite planear más viajes. También uno tiene que tener más conducta que si se está trabajando para otro, porque si te pinta la vagancia te dejás estar y eso te corta el movimiento, se vuelve difícil remar el viaje así”, cuenta. Jonatan hace dos años viaja con su perro Lampa que lo observa tirado desde la sombra, “comencé vendiendo artesanías y después conociendo malabaristas callejeros aprendí a hacer los juegos malabares. Gracias a esto conocí Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, además de las provincias argentinas. Trabajando en los semáforos me sustento los viajes”. Fuera de la costumbre de avisarse todo por whatsapp, los fantasmas comparten su tiempo y experiencias de aprendizaje sobre las ciudades y los malabares en sus ocasionales encuentros de la calle. Con plena conciencia de la importancia del movimiento en cada viaje Nahuel recuerda “ahora conocí mucha gente de Misiones que nunca vieron las Cataratas del Iguazú, o que no conocen las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, o las minas de piedras preciosas de Wanda. Eso pasa en todas las provincias”.
*Publicado en Misiones Opina (noviembre del 2017).